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Carta a un opositor


CREÍAS que nadie se iba a acordar de tí en verano y menos acercarse a tu soledad. Pues no: conozco de tu esfuerzo, de tu sacrificio, de tus renuncias, de tus ilusiones y tus temores. Casi nadie conoce la dificultad del camino que has emprendido. Yo sí. A veces te preguntas cómo es posible que amigos o incluso tu propia familia no te entiendan o no te comprendan. Incluso que no te ayuden, que de todo hay, lo sé. Hoy en día ni la sociedad ni, desgraciadamente, muchas familias amparan y animan a sus miembros que opositan. Si la tuya te responde, no sabes la suerte que tienes. Muchos allegados tuyos creen favorecerte con un 'para qué quieres complicarte la vida'. Otros, claramente más necios, piensan sin pudor que 'estás perdiendo el tiempo', como la letra del bolero. Tú y yo sabemos que no es así. Que se equivocan. 'El que algo quiere, algo le cuesta', dice el refrán popular. La meta -ser funcionario de carrera- bien merece tantos sinsabores, tantos sacrificios. Si estás dispuesto a conseguirlo, lo lograrás. Eso es lo que te llevará al éxito: la fe. Cree en tí y en tu preparador, a quien un día tanto le deberás. Persevera. Piensa que todo trabajo obtiene su recompensa, su fruto. Cuando un opositor es tal, y ha estudiado horas y horas, adquiere tal volumen de conocimientos, rezuma por todos sus poros tal preparación que el Tribunal lo detecta y, en lógica consecuencia, lo premia y selecciona. Por ello, tú debes hacer bien tu trabajo: ni un día sin estudiar -salvo el descanso-, ningún tema en blanco, ningún plan de trabajo incumplido. Que no quede por tí. Por otra parte, ante lo árido de la tarea, te consolará asumir que sólo la oposición, cuando se han diseñado unas bases racionales y se nombra un jurado objetivo, es el mejor medio de selección de aspirantes para trabajar en las Administraciones Públicas. Es el procedimiento que mejor garantiza el mérito y la capacidad del candidato. Diríamos que es un mal menor. Tan arraigado está en la sociedad española el arte de opositar que en mi tiempo se decía, con razón y buen humor, que era, tras la de los toros, la segunda fiesta nacional. No te sientas sólo ante la oposición, por tanto. No eres el primero. Ni, probablemente, serás el último. Cuando tú apruebes, observarás que los boletines oficiales continúan convocando pruebas para ingreso en la función pública, y tú ya estarás ingresado, afortunadamente. Todo lo malo se te olvidará, como a mí haber hecho el servicio militar obligatorio. Que te reconforte saber que todos los días están ingresando compañeros de 'fatigas', y que tu nombre lo veremos pronto en la lista de nombramientos. Es lo lógico, si se ponen los medios: trabajo, ilusión y voluntad. La voluntad es lo más importante. Si me preguntaran a quién prefiero para preparar oposiciones, si a un postgraduado de brillante inteligencia o a un joven voluntarioso y constante, está claro que escogería a este último, porque llegará a la meta, y padecerá menos desequilibrios e inestabilidades a lo largo de la preparación. No es la inteligencia sólo la que hace triunfar al opositor. Es más la fuerza de voluntad y la constancia en conseguir lo propuesto. El opositor no nace, se hace. En definitiva, preparar una oposición es un trabajo profesional que depende de tí mismo, y sólo de tí. Tú eres tu propia empresa. Eres autónomo. Si vas bien, todo lo bueno para tí. Si vas mal, todo lo peor recaerá sobre tus intereses. Elige tú, a ver qué te conviene. Por tanto, preparar oposiciones es una salida digna y muy conveniente para el graduado que no espera heredar una gran fortuna ni lo cifra todo en un incierto porvenir. Te permite conseguir empleo público estable -¿te has percatado? ¿Estable!- en régimen de igualdad con cualquiera, sin acepción de personas, clase ni origen social. Es lo más libre y dignificante que hay. Cualquiera puede llegar a donde quiera sólo con su esfuerzo personal, que no es poco. Pregúntaselo a quien haya triunfado ya: si ahora se cambia por otro y si ha merecido la pena. De ahí la gran responsabilidad de consagrarte en la consecución del éxito, o en hundirte en la miseria de tu fracaso, generalmente por tu única culpa.

Vía: JOSÉ TORNÉ-DOMBIDAU Y JIMÉNEZ.ideal.es

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